BASE ENDUREPIC - Vídeo "Les routes 666" disponible!

Rafa, si dices lo del salto porque tenéis algún terrenillo por ahí y se pueden montar unas rampas para hacer un bikepark casero, me apunto a mover tierra.

Davidbcn, un poco de pacienciaaaaaa!!! Que lleva su tiempo y no voy muy sobrado de eso!
Ahora mismo acabo de hacer la selección de fotos. Como estoy espesillo, mañana haré un repaso para ver que no me dejo ninguna, y a subirlas. La crónica está acabada, pero cada vez que la releo cambio algo... c3

Ya queda menos... bastante menos...
Buf, el vídeo debe tener una pinta increíble! Supongo que mis sugerencias musicales no han sido del agrado del director, no ha dicho nada...:toilet2

PD. Con la primera entrega, gratis una figurita a escala de DavidBcn merendándose un melindro con cara de vicioso!:mrgreen:

 

vamos reconocer que no salisteis del bar de la estacion.......

 

Lo que yo decía Jallll, ni han estao en el Matagalls, ni saben lo que es eso, ni na de na. Anda ya..., vamosnos anda.

 

madre mia lo que hace falta para poner cuatro fotos....

 

Aviojet! Sal del hangar! Te invocamos!! Al final estará antes listo el vídeo que la crónica con las fotos!!

 

es que con la prosa que gasta el amigo.....

 

Al final voy a tener que ponerme serio, ¡cagüentó! :angry

Las fotos están subidas, queda poner el código entre el texto y hacer el repaso definitivo, y lo cuelgo. Como de costumbre, actualizaré título y 1r mensaje con las novedades y enlaces.
Aprovechando el programilla que me dijo Sergiktt (que por cierto me ha ido de coña) creo que subiré (a continuación) todas las fotos en pack, si os parece.

PD. Vo ya tener cuatro palabritas con el envidioso que pone algunas etiquetas...

 

Me parece, menos la que salgo metiendome los restos de gelatina de esa rara...

Tenemos un ansia!! yo este finde he perdido la referencia espacio-temporal, el sabado nos acostamos a las 4:30 editando y yo haciendo un proyecto para el martes, y como no el lunes tenia todavia que acabarlo empezamos a las 3 de la tarde para acabar a las 7:30 de la mañana del día siguiente, solo parando para cenar! ***** ha sido epiquisimo, ver amanecer acabando eso, buf UPC sucks!

PD: me acabo de despetar. tengo aviojetlag.

 

etiqueta lo que?

 

Creo que se refiere a esto:

Jajajja.

Confirmo lo que ha dicho Rafi, estamos perdiendo la referencia espacio-tiempo. Pero con un poco de suerte el vídeo estará acabado pronto. En cuanto a la crónica ya me han contado que es brutal, pero si solo queda poner las fotos ponla YA !! (llama ya! llama ya! ultimos minutos! El bote puede ser tuyo!!)

 

Tanta expectación con la crónica, como no guste voy a buscar un edificio de 10 plantas y saltaré al vacío desde el ático! Con Rafa, cuando le devuelvan el trabajo para que lo repita! :mrgreen:
Robert5521, ¿al final te ha interesado algo de lo que te pasé? :comor3
Aprovecho la ocasión que se me brinda para ilustraros con lo que es el aviojet:

 

Me va a dar algo...

Bueno, yo propongo una cosita... como es un film ÍNTEGRO en HD (sabe mal por Arkanuz y los demás videoreporteros... pero era poco viable por tema resolución y steadyhand...), hacer un visionado en condiciones, lo que implica:

1-Visionado en Sony Bravia FullHD 40"
2-Pizzas del maestro Rafi
3-Despliegue de medios del gran Moixer todopoderoso oh te alabamos moixer
4-Todo regado con Túrrias marca Hacendado
5-...

Todo eso, en mi casa. Hace?

 

y esto pa cuando???
Habrá que programar agendas....

 

Contad que para este finde no, para el siguiente... un domingo a la tarde quizá...

 

Hace... ¡pero exijo saber lo que son las/los túrrias!

¡Me encanta que los planes salgan bien!

 

¿Me puedo apuntar a eso? Es que soy un cinéfilo Razzi

 

Era temprano aún y la ciudad, perezosa, despertaba poco a poco de su frágil sueño acompañada de un rumor lejano. La tenue luz del Sol empezaba a derramarse entre las sucias nubes grisáceas y a caer sobre los bosques de antenas de las azoteas, los árboles deshojados y retorcidos de los paseos y las calles mugrientas y desiertas, mientras el bullicio se percibía como una vibración cada vez más fuerte y cercana. Las pocas figuras anónimas que presenciaban aquello volvían a sus casas, tambaleantes y cansadas, con andares pesados, tras una noche de fiesta y alteraciones sensoriales. Otras, madrugadoras a la fuerza, sacaban a pasear a sus mascotas disimulando torpemente un bostezo permanente.
Pero no estaban solos. Hacía ya tiempo que los jinetes del aluminio estaban en pie y, pertrechados de pies a cabeza, sus manos sujetando con firmeza las riendas de su máquina y con decidida y redonda pedalada, habían partido a librar una batalla, y ahora cruzaban la ciudad a toda velocidad con un reflejo de ilusión en la mirada y un esbozo de sonrisa, esquivando sin inmutarse a la gente que, aletargada, los miraba con una mezcla de curiosidad y suspicacia, y los despedían con gesto torcido.
Algunos de ellos no habían logrado sumar demasiadas horas de sueño, siendo la emoción tan intensa como para impedirles cerrar los ojos. Pero eso no iba a ser ninguna traba para ellos. Después de una larga espera, había llegado por fin el gran día y delante suyo tenían una jornada tan larga como prometedora, tan sufrida como gratificante, donde se pondrían a prueba ante lo que aún desconocían y ante ellos mismos. Había llegado el día de la ruta.

Esto es lo mínimo que hay que desayunarse para afrontar con garantías una ruta así.

Al cabo de unos minutos, como gotas de agua resbalando por una hoja tras la lluvia, los ciclistas se iban deslizando al punto de encuentro, a varios metros bajo tierra. Era la estación de Plaza Catalunya, que a esas horas ya era un hervidero de personajes anónimos y variopintos vestidos de forma pintoresca y multicolor, que cruzaban frenéticamente frases entre sí en todas las lenguas acompañadas por gestos vagos e imprecisos.
La espera para el tren era breve, y eso acrecentaba aún más los nervios. Excitados, recordaban anécdotas, comparaban orgullosos sus máquinas y comentaban lo que pensaban encontrarse. Pero lo cierto es que ninguno de ellos podía imaginárselo ni remotamente.
Antes de que se dieran cuenta, una gran bestia de metal apareció resoplando y mirándolos fijamente con sus focos amarillentos; por fin llegaba el tren para Balenyà. Agarrando con fuerza los curvados tubos de sus bicis, se precipitaron hacia ella, lo cual no parecía tarea fácil, pues una estampida de gente ruidosa y madrugadora tenía exactamente la misma idea. Pero era tal la determinación del grupo, que los demás pronto les habían dejado la entrada para ellos, para que entraran apresuradamente al vagón, poco antes de que el tren arrancase emitiendo un rugido sordo, entre jadeos. Estando sus bicis aparcadas y habiendo tomado asiento, reanudaron su amena charla para hacer más corto el viaje, ajenos a las miradas del resto del vagón.

Pronto empezó a cambiar el paisaje, y la silueta angulosa de la gran urbe desapareció entre montañas salpicadas de casas y valles surcados por arrugas de cultivos. Con un chillido prolongado y un resoplido final, el tren se detuvo ante una pequeña y sencilla estación, y bajó ese grupo de trastornados deportivos junto con los últimos guerreros, que se les habían unido por el camino.

Llegada a la estación y almuerzo. ¿Se nota que la gente está con ganas de pedalear, no?

Mientras ordenaban sus mochilas, ceñían sus protecciones, y ultimaban los ajustes mecánicos, hubo ocasión de hacer (más) sano cachondeo y comer algo en previsión de lo que iba a llegar. Finalmente, ponían pie en un estribo y pasaban el otro por el lomo de sus máquinas, rodando y dejando atrás la estación. Ahora empezaba lo bueno. Ahora empezaba la ruta.

¡Empieza la ruta! El grupo rueda con tranquilidad, exceptuando la Torque de un forero que, por su mal diseño, pierde con facilidad el apoyo en la delantera.

Dejaron el pueblo atrás enseguida y llegaron a la primera pista, que empezaba sobre un terreno rocoso cruzado de pequeños regueros, pero que enseguida pasaba a ser un firme húmedo y fangoso (luego verían que esto sería lo habitual) que bordeaba granjas y terrenos, incluso una pequeña arboleda, hasta morir en una carretera.

De momento parece plano, pero ¡que nadie se confíe, que luego vienen los lloros!


Tierra, agua y barro. Nadie sabe hasta qué punto nos hartaremos de las tres cosas.

Tras un par de quilómetros de aburrido asfalto y conocer a la fauna de la zona, dieron contento a sus monturas, ansiosas de pisar campo con sus neumáticos de generoso balón y mejor agarre (a excepción del forero Robert5521, que decidió poner una cubierta atrás del ancho de la llanta), y abandonaron definitivamente la civilización sin mirar atrás.

El folleto decía que era todo campo, pero ya veis… Nótese el “aislante” de tija que lleva el forero Arkanuz, ¡cosas así resultan impagables en mitad de la nada!


Mucho quad, mucho equipamiento a juego, pero ¡no tuvo huevos de seguirnos!

Avanzaban ahora por una sencilla pista de subida, rodeados por árboles bajos de hoja perenne y matorrales, y paredes de roca viva que asomaban entre la vegetación. Les acompañaban el cuchicheo de la gravilla bajo las ruedas -con el ocasional chasquido de una piedra al salir disparada o del cambio al saltar- y, perfectamente acompasados, el ruido de una respiración fuerte y el de una cadena engrasada deslizando con suavidad por los platos. En cada curva, el bosque se abría y veían cómo se elevaban cada vez más sobre la lengua de verde espesura y casas desiguales desde dónde habían partido.

Jaumeti tirando del grupo nada más empezar la subida. ¡Ánimo, que son 1700m de desnivel acumulado de nada!

Ansiosos como estaban por catar nieve, algo tan simple como un charco helado era suficiente para maravillarlos y despertar su imaginación sobre lo que habría más arriba, y para recobrar parte de las fuerzas que la interminable cuesta les iba quitando.

¿Será posible? ¿Es lo que creo que es? Si al final, igual hay nieve y todo…

Eso… y la mágica poción bautizada como “Rafachute”, sustancia inclasificable de origen incierto (hay quien la enraíza con los brebajes que los druidas celtas daban a los guerreros antes de la lucha) que trajo el forero Rafa Rico en frasquitos, y que se probó en nombre de la ciencia con excelente resultado – a la forera Annetta incluso le curó un resfriado galopante –, aunque luego algunos desarrollaron una adicción.

Hasta que no cataron el Rafachute, no hubo manera de convencerles que se va encima, no al lado de la bici.

Los charcos helados sólo habían sido el principio, y no tardaron en llegar restos de granizo, y al fin, auténticos parches de nieve entre la maleza que resistían, en lenta y solitaria agonía, el inevitable deshielo. Quedaba aún mucho para llegar a la cima, así que hallar un grueso de nieve en las zonas altas ya era algo fuera de toda duda y motivo de gran alegría.

¡Más hielo! Esto cada vez tiene mejor aspecto…


Nótese el tímido blanco en el margen del camino de esta foto titulada “Pareja y árbol, nº 4”.

Tras no pocas y sufridas pedaladas, coincidiendo con la llegada de la niebla, abandonaron la pista de grava y piedras y torcieron campo a través hasta ser engullidos por la etérea masa gris de vapor de agua, iniciando la que sería la parte más dura y larga de la subida.

Dejando el camino, aparece la niebla. ¿Qué insondables misterios esconderá?

A medida que los primeros se adentraban en la bruma, se hacía patente la necesidad de empujar las máquinas. Perlada de fría agua por la espesa niebla, la superficie de las rocas que pisaban se volvía extremadamente resbaladiza y, junto a la fuerte pendiente y al accidentado terreno, hacían imposible traccionar desde ese momento más que cortos tramos aislados.

Con una humedad tan elevada y un terreno así, ni con orugas se sube.

Era la primera advertencia de la montaña para que desistieran, pero no entraba en los planes de ninguno dar media vuelta. El camino sólo existía hacia delante.

¿Hemos dicho ya que era una ruta cansada, MUY cansada?


La naturaleza helada nos obsequia con la belleza de sus formas.


Ya es oficial, ¡se está pisando nieve!

Al cabo de un tiempo, sin que se dieran apenas cuenta, la niebla había desaparecido y rodaban (tras una pequeña duda solucionada con el gps) por una pista con los márgenes tapizados de blanco, y escuchaban a lo lejos el alegre tintineo del líquido de una pequeña cascada, donde caía a borbotones la cristalina agua fundida de las cumbres.


”Arkanuz, tú tranquilo, sube a la bici que cuando haga la foto te aviso.”


Qué deliciosa sorpresa, ¡una pequeña cascada cruza el camino!

El hallazgo de una ladera nevada fue suficiente excusa para hacer una pausa y animarlos a probar qué tal era ese terreno, desconocido para estas gentes de latitudes calientes.

”El GPS dice que a la izquierda, pero yo digo que es por la derecha… está claro; debe haberse estropeado con el frío”.


Disfrutar tanto con tan poca nieve es algo que sólo pueden entender quienes viven a una media de 20º C todo el año (o un urbanita).

Pero el tiempo apremiaba y tras la pausa siguieron su camino, cruzándose ocasionalmente con algunos excursionistas que los saludaban cordialmente y los miraban, curiosos y sorprendidos, preguntándose qué enfermedad mental o idea absurda justificaba que una docena de tipos estuvieran allí con sus bicis.

Un camino precioso, pero sería más precioso aún si fuera de bajada alguna vez.

Fue al llegar a un pequeño claro cuando, en vista de la hora y el cansancio, aprovecharon para sacar sus provisiones y recuperar el aliento. Aquel claro era el punto de no retorno, el último aviso para indecisos; un aviso bordeado por un barranco oculto en un onírico mar de nubes.

¿El fin del mundo, por favor? Siga, todo recto.


Hay casi tanto frío como hambre. Teniendo en cuenta que apenas pasábamos de 0ºC, los bocadillos durarían poco.

Mirando al camino que subía, sólo se veía nieve. Nieve, y ocasionalmente alguna mancha verde oscuro de matorrales de hoja dura que habían arraigado en el sitio erróneo. Los últimos que lo harían. Y más nieve. El viento susurraba impertinencias al oído de los viajeros con su aliento frío y cortante, pero sus cascos no les dejaban oír, y la temperatura – que había bajado considerablemente – no lograba paralizar los músculos de aquellas gentes decididas. Así que ajustaron sus guantes, alzaron un poco más los cuellos de sus abrigos y con las hebillas de su equipo bien abrochadas, enfilaron el tramo final de la subida.

Se les ve muy contentos… es obvio que no saben lo que queda por delante.

 

Orgullosa, la montaña no se daba por vencida. La nieve que les había dejado hacía imposible rodarla, pues se hundían en ella, y la niebla – que había vuelto, enojada – los rodeaba por completo. La figura del compañero se difuminaba en ella a los pocos pasos como la hacían el cielo y la tierra, y parecía como si el espacio y el tiempo hubieran cesado de existir en aquella nada inmutable de blanca monotonía donde sólo había el aullido del viento y el crujido grave de la nieve al pisarla. Daba igual hacia dónde se mirara, todo lo que había era ese tétrico blanco, levemente iluminado desde ninguna parte.

Probablemente, esta sea la mejor definición de la “nada”.

El cansancio era una bola de hierro atada a sus tobillos, pero cuanto más subían (apoyados ya completamente sobre las bicis), más ligeros iban, sabiendo que la bajada lo compensaría con creces.

Reagrupamiento bajo unos árboles a 15min de la cima.


Foto de grupo, ahora que estamos todos. Nunca se sabe, tal vez más adelante quedemos sólo la mitad.


Siete valientes.


La cruz observa a los intrépidos ciclistas, que desaparecen en silencio.

La inestimable ayuda del GPS les permitió seguir en su camino, por donde se cruzaron con más excursionistas (con idéntica reacción a los anteriores), y finalmente alcanzar la ansiada cumbre, como atestiguaba un pequeño monumento de roca coronado por una cruz de metal, a cuyo pie otros viajeros habían dejado sus recuerdos – recuerdos que sabe quién de qué lejana historia formarían parte.

¡Llegada a la cumbre, con una sonrisa de oreja a oreja, en algún caso rodeando el cogote y todo!


La cruz de hierro en la cumbre despejada protege a los viajeros de mente clara y corazón puro (siempre y cuando no haya tormenta eléctrica&#8230

Hechas las fotos de rigor, y tras conversar con otros deportistas que acababan de hacer la cima (a quienes saludamos, si nos leen), empezaba lo mejor. Resultaba difícil de creer. Después de tanto esfuerzo se había llegado arriba, y ahora venía una bajada quilométrica e inexplorada. Tan sólo las máquinas parecían ser conscientes de la magnitud de esa bajada, pues se agitaban, nerviosas. Y con razón. De ahí en adelante nadie se apearía de ellas, y el Matagalls no iba a tener piedad de su mecánica.

El descenso empezaba con unas rampas bastante inclinadas y enseguida quedó claro, volando a baja altura sobre la nieve, que era un terreno complejo. Aunque frenaba mucho y obligaba a pedalear con fuerza para bajar rápido, según el tipo de nieve de la zona (muy difícilmente distinguible y cambiante de forma constante) el agarre era muy variable, pero en general bastante bajo y exigía hilar fino con la posición sobre la bici para tener control pero no hacer patinar la/s rueda/s. La derrapada era brusca, súbita, y difícilmente controlable, y cuando la rueda avisaba ya solía ser tarde. Las frenadas requerían mucho espacio y control por dicho motivo. Cerca de vegetación (muchas veces sepultada bajo nieve), ésta era mucho menos densa y la bici se clavaba, sorprendiendo a más de uno, y por supuesto, ni la velocidad (a lo que daban las piernas, rodando en la zona roja) ni el clima permitían ver mucho más allá de la rueda delantera. Fueron numerosos los patinazos, clavadas y caídas, llevándose la palma el forero que escribe al encallar la bici en un montón de nieve y saltar por los aires, para gran regocijo de sus compañeros. Un tramo indiscutiblemente antológico que se hizo corto para todos, y que por sí sólo ya justificaba lo subido.
Así, pronto empezaban a alternarse la nieve con zonas de roca y arbusto bajo y, en una transición perfecta, despejóse el cielo y quedaron atrás la niebla y el blanco manto, y se llegó a la ladera desnuda de la montaña, que más que escarpada, estaba del todo rota. Castigadas por el tiempo y los elementos, rocas angulosas de todas formas y tamaños emergían caprichosamente del suelo. Con el cuerpo echado atrás, los brazos y piernas flexionados y la suspensión trabajando enloquecidamente sobre los enormes escalones naturales, no había más camino que el que trazaban las ruedas de aquellos que planeaban ladera abajo, derramándose por la montaña con total libertad, como el agua salvaje e incontrolable de una cascada, bendecidos por los rayos del sol que calentaban sus cuerpos cansados y el paisaje eterno e inmutable que se abría ante sus ojos y que se extendía más allá del infinito, acariciados sus montes y valles por nubes que se desgarraban en jirones alargados. Al mirar de reojo, como si de una ilusión se tratase, parecía imposible que se hubiera podido bajar por aquella pared, y sin embargo, antes de que se dieran cuenta, habían enlazado con un bello sendero que serpenteaba ladera abajo.

Últimos metros del segundo tramo, la ladera agreste de la montaña. Las aves que nos vigilan volando en círculo, ¿son buitres, o me lo estoy imaginando?


Kimizzz pasa como una flecha junto a la cámara.

Dejándose llevar suavemente por la gravedad, eran mecidos por los peraltes escondidos entre la maleza, flotaban levemente en los escalones y pequeños cortados que encontraban cada poco, y sentían escalofríos recorriendo su cuerpo a su antojo al enlazar una curva detrás de otra sin final aparente… no se daban cuenta, pero en esos momentos no eran personas montadas en metal y goma; se habían convertido en una parte más de todo aquello, eran el viento de la cumbre que soplaba en las llanuras. Una auténtica delicia, rematada por un cortado final donde Razz, Davidbcn, Kimizzz y algunos más demostraron que se puede volar sin alas.

Razzmatazz a torre de control, “solicito permiso para aterrizar, repito, permiso para aterrizar”.

Y de nuevo, otro cambio de escenario; esta vez, una trialera rápida del estilo a las que estaban acostumbrados, y donde se cruzaron con unos snowboarders que, como ellos, habían decidido evitar los remontes y hacer algo más meritorio y auténtico. De firme seco de tierra y roca dura y desigual, la trialera seguía con cierta libertad un primitivo sendero a mitad del cual sorprendía la inesperada bienvenida de los primeros árboles, y en la que ocurrió el único percance de la ruta; sendos llantazos de Rafa Rico y Kimizzz. Al terminar el tramo, bajando unos gruesos escalones en curva cerrada, sucedió algo insólito; un grupo de paseantes se detuvo a verles bajar y animarles efusivamente. Pero la sorpresa no terminó ahí; acto seguido, aparecieron dos señoras en un todoterreno humeante para recordarles que viven en un país donde el campo es para edificar y forrarse, y no para disfrutar de él con respeto, como hacían en perfecta armonía paseantes, ciclistas y esquiadores. Sin dejar que este incidente pasara de anécdota, y con el agotamiento abrazándose fuertemente a ellos, tomaron las escaleras de bajada y siguieron hasta el Pla de la Calma.

Esperando a los rezagados, mientras Robert hace unas tomas.

Era éste un tramo sin complicaciones; una pista ancha de roja arcilla rodeada por campos de hierba tupida y esponjosa –sobre los que se rodaba igual que por una gruesa alfombra, alternando subidas suaves con bajadas donde iban a todo lo que permitía el desarrollo, pero con la dificultad añadida de que estaba enfangada y marcada de hondas roderas casi en su totalidad. Dada cuenta del estado en el que iban, eso complicaba seriamente la marcha, pero no se daban por vencidos. A lo lejos se veía el Matagalls, altivo aún en su derrota. A su alrededor, el verde de prados espesos y arbustos parduzcos, con árboles diseminados aquí y allá, les recordaban los metros que habían bajado. Poco a poco, el camino se iba cerrando y el paisaje cambiaba, era más denso en vegetación; se acercaban a la guinda del pastel –una de tantas como había demostrado tener; la popular trialera GR5.

La bici se encabrita sólo de pura excitación, eso es que siente cerca la GR5.

Quedaban ya sólo unos pocos quilómetros, pero se hicieron largos. No sólo estaban llegando a la extenuación, sedientos y faltos de alimento (pese a no haber dejado de comer barritas y geles durante toda la ruta); el Sol había sido más débil que ellos y los abandonaba a su suerte cuando tenían por delante un tramo técnico sobre terreno resbaladizo. Sin dejarse amedrentar, hundieron el pie en el pedal y, trasero rozando rueda, salieron disparados hacia abajo.
Merecida era la fama de la trialera; un recorrido exquisito entre árboles, relativamente rápido, sobre losas de roca cubiertas por una capa de arcilla mojada –muy resbaladiza– y abundante piedra grande suelta; con sus cortados magníficamente dispuestos y una buena dosis de raíces traicioneras (difíciles de ver sin luz y más en bosque cerrado) que jugaron una mala pasada a más de uno. Los brazos trabajaban a dúo con la horquilla y sin descanso cada centímetro que sobrevolaban, para mantener la bici bajo control, mientras las piernas desplazaban la bici a un lado y otro esquivando el complejo relieve y la empujaban hacia su objetivo, seguidos a distancia por sus sombras alargadas, que se las veían y deseaban para cogerles.

Annetta a punto de marcarse un salto.

Fiel a sus feas costumbres, el que escribe realizó un segundo vuelo de reconocimiento al encajar la delantera en un hueco, pero fue derribado por una gruesa rama tierra-aire. Tal era el maltrecho estado de los asistentes, que en el corto tramo de pista que venía tras la GR5 se produjo la inexplicable caída de Jaumeti, afortunadamente sin consecuencias.

Por suerte, cuando unos más, otros menos, estaban todos en la reserva, se divisaron las primeras luces, signo inequívoco de civilización, y con un repentino badén la roja tierra irregular dio paso al asfalto, liso y constante, y a la inquietante melodía de gruesos tacos al rodar. No contentos con todo lo acababan de bajar, aprovecharon unas escaleras para atajar hasta la estación y ahorrarse una vuelta, tras lo cual, irónicamente, aún quedaba una última subida. La desesperación era patente, ¿cómo era posible que todavía hubiera algo que subir? Sin embargo, el fugaz cruce de un tren por un puente, a lo lejos, fue suficiente combustible para espolearlos y dar esas últimas pedaladas hasta la ansiada estación.
Al llegar, y con sorprendente calma, apoyaron sus nobles corceles en el exterior para que descansaran, después de haberles servido tan bien y, mientras se quitaban sus cascos y bajaban las cremalleras de sus chaquetas, se dirigieron a la puerta de la estación, a darse una merecida recompensa en el bar. Cruzar la entrada de aquella estación fue para ellos no muy distinto de lo que siente un touareg cuando, tras días de marcha por el desierto, divisa un oasis.

Foto de grupo en el bar y… ¿será posible? ¡Hemos llegado tod@s!

Habían hecho un rutón que escapaba a toda idea preconcebida y pulverizaba los objetivos iniciales, pero además habían llegado todos en perfecto estado; cansados, pero sin daños. Muchas millas atrás ya quedaba claro que iba a ser un día para recordar, una experiencia para llevar grabada en la memoria y el corazón, y sobretodo para repetir, pero ahora empezaban a tomar conciencia de ello, de todo lo que había pasado ese día, de lo que significaba.
Tras liquidar las existencias del bar, llegó la peor parte de la ruta; el regreso a la rutina. El regreso a la urbe oscura y humeante que los recibía con sus fauces abiertas y su aliento de hidrocarburos y aerosoles.

El aspecto es (con perdón) desolador, pero la expresión lo dice todo.

La vuelta en tren fue la parte menos cansada, pero la más dura de hacer. El Matagalls ya no era el feroz enemigo que parecía; ahora tan sólo era un pico recortado en la lontananza, un recuerdo cálido y agradable que se alejaba cada vez más. Con la mirada perdida en el vacío que había tras las ventanas, la Luna siguiéndoles a lo lejos, y las estrellas vibrando a su paso, el mundo alrededor de ellos parecía girar mucho más despacio. Rodeados por sus máquinas embarradas, habían perdido varios quilos de peso, estaban llenos de rozaduras, sudor, tierra de todo tipo y manchas de grasa; tenían sed, hambre, sueño y un cansancio extremo; la piel quemada por el sol y cortada y entumecida por el frío, sus arrugas exageradas por el polvo y sus manos llenas de mugre. Sus cuerpos estaban destrozados, pero sus espíritus más fuertes y sanos que nunca; se habían puesto a prueba y la habían pasado con nota. Su mente iba ya por delante y estaba pensando en lo importante; cuál sería la próxima, y cómo podría superar aquella.
Cuentan que sus bicis, cuando nadie se fijaba en ellas, cuchicheaban entre sí, recordando la magia de esa ruta.

 

Bueno, ahí queda. Podréis criticar lo que os parezca, pero ha sido un buen curro, eso es innegable! :mrgreen:

Ya sé que es un objetivo nada humilde, pero mi objetivo al escribir esta parrafada ha sido que cuando leáis esto, mañana, dentro de unos días, unos meses, o incluso años, os transportéis por un momento al Matagalls, y recordéis todo aquello. Si logro eso, o me acerco, me parecerá un tiempo y un esfuerzo muy bien invertido. Por supuesto, acepto cualquier sugerencia a quien las tenga (y si a alguien le hace gracia tener el texto en word, que lo diga).

En otro post, tendré unas palabras para todos... Ahora me voy al sobre, que buena falta me hace...

 

enhorabuena juan, una gran cronica, muy en tu estilo, a ver si para la 2 me animo...
salu2