La ubicuidad del apellido De Vlaeminck En tiempos de la superespecialización, nos ha venido a la mente un apellido mítico que aquí ya hemos tratado alguna vez. Decir De Vlaeminck es decir ciclocross, pista y carretera en uno, ahí es nada. Erik y Roger De Vlaeminck alimentaron una parroquia, la flamenca, cuya identidad reposa sobre tubulares y su fe entre adoquines. De ellos, Roger distribuyó sus cualidades entre velódromos, campas y adoquines. Aún hoy sigue siendo el vecino ilustre de Eeklo, población equidistante entre los santuarios de Brujas y Gante, donde regenta su tienda de bicicletas cuando no toma parte en proyectos del todo peculiares, como lo fue dirigir la selección de Zimbabwe. Roger De Vlaeminck aúna en una persona todo aquello que palpita en el corazón ciclista flamenco. Su empresa no estaba sujeta a los rigores del calendario, su obra se ejecutaba sobre doce meses, cuajando campañas en las que acumulaba victorias y podios en tres especialidades al mismo tiempo. En las tres disciplinas, el mocetón de Eeklo, apodado “El Gitano” por los viajes de su familia a causa de su negocio de la ropa, Roger cimentó una leyenda sostenida en 257 victorias en carretera y 120 en ciclocross. En la pista, pese a ser un asiduo de las seis horas de Gante, Bruselas y Amberes, su portentoso físico no le dio tanta gloria. Entre sus éxitos destacar el logrado en Amberes junto a Patrick Sercu en 1982. El camino iniciado por Erik Dos años mayor, Erik De Vlaeminck ha sido el mejor corredor de la historia del ciclocross, hecho que certifican sus siete títulos de campeón del mundo, seis de ellos consecutivos entre 1968 y 1973. El primero lo logró en 1966 y pudiera haber encadenado ocho victorias seguidas de no haber mediado problemas mecánicos en la edición de 1967. El día más grande de la familia De Vlaeminck fue en Luxemburgo en los Mundiales de ciclocross de 1968. Roger, en amateurs, y Erik, en profesionales, se proclamaban campeones del mundo el mismo día. A pesar de sus innegables cualidades, Erik no tuvo la fortuna de su hermano en la carretera. Una victoria de etapa en el Tour y la general de la Vuelta a Bélgica son sus principales activos. En el Campeonato del Mundo de 1975, Roger de Vlaeminck volvía a situar el largo apellido flamenco en lo más alto del cajón. Ganó en Melchnau, cerca de Berna, por delante de los anfitriones Peter Zweifel y Peter Frischknecht, a 31 segundos y 1´21´´ respectivamente. Su hermano Erik llegó cuarto. También finalizaron los españoles José Antonio Martínez y Juan Gorostizi, decimotercero y decimocuarto. “Monsieur París- Roubaix” En 1972 Roger, con 25 años, ganaba la primera de sus cuatro París- Roubaix. Fue un éxito recordado por la tremenda selección que nos volvió a proporcionar el inigualable Arenberg. En él enterró sus opciones el campeón del mundo Eddy Merckx, ciclista con quien Roger mantuvo algo más que una mediática competitividad. Quedaban en carrera los otros lobos de la partida. Allí rodaban Gimodi Van Springel, Janssen, Guimard y Basso junto a nuestro protagonista. Con Gimondi fuera de carrera, lo probaba el belga Van Malderghem, a por él salta De Vlaeminck, quien diez de meta ya rodaba solo. Repetiría en Roubaix dos años después, ganaría otra en al año siguiente y la última en 1977. Su obra en la “Pascale” se traduce en catorce participaciones, un solo abandono, cuatro posiciones de plata y otra de bronce. Cifras que unió a los otros cuatro monumentos. Por que San Remo, Flandes, Lieja y Lombardía también están en su palmarés, como sólo en el de Merckx y Van Looy. En la reina de las clásicas flamencas, el Tour de Flandes, ganó en 1977, siete años antes lo hizo en la gran carrera valona, la Lieja- Bastogne- Lieja. También sumó a su causa las dos semiclásicas Het Volk, una semana después de ser subcampeón del mundo de ciclocross amateur, y Flecha Valona. Récord en la Tirreno Además de Bélgica y también Francia, fue en otro país donde tuvieron el placer de disfrutarle a grandes dosis. En Italia el “Gitano” dejó huella. A día de hoy sigue siendo el mejor corredor de la historia de la Tirreno- Adriático, donde con seis triunfos consecutivos lograba el tono adecuado para las exigencias de la primavera. En San Remo alzó los brazos tres veces y dos en el Giro de Lombardía. El Giro de Italia fue en la grande donde obtuvo mejores resultados. Se llevó hasta 22 etapas y varias generales de la regularidad. Especialmente cabe resaltar la edición de 1975 con siete victorias parciales. Participó en tres Tours de Francia, ganó una etapa pero nunca lo finalizó. En la Vuelta se llevó la etapa de Zaragoza de 1984, el año de su retirada. Su mejor resultado en el Mundial de fondo fue la segunda plaza 1975 tras Hennie Kuiper. Cuando oigáis de él, sabed que es otro de los irrepetibles .
Marino Alonso, el fiel escudero de Induráin Marino Alonso ha sido el único que participó como gregario en las cinco hazañas del navarro Miguel Induráin en París. Marino y Períco escoltando a Induráin La figura del gregario en el ciclismo raramente esta valorada. La labor de un gregario consiste en frenar al pelotón en ocasiones, otras en tirar del mismo, bajar y subir bidones de agua para el jefe de filas, etc. Hombres que están en aparente segunda fila, pero que, sin su esfuerzo y sacrificio, sería impensable el triunfo en la general del crack del equipo. Todos los grandes campeones han tenido unos buenos gregarios o como mínimo un gregario fiel. El mismo Induráin fue un gran gregario-amigo de Períco Delgado, llevándole a rueda en puertos, participando en la persecución de rivales a la orden de José Miguel Echavarri y hasta haciendo el ”trabajo sucio” de ser el aguador del equipo. Marino Alonso, el leal Marino Alonso Monje, como tantos otros ciclistas de renombre nació en el norte de España. El primer equipo que se fijó en sus cualidades fue el equipo desaparecido Teka. En ese equipo sus mayores logros fueron la general a la Vuelta a Murcia con etapa incluida, y otra victoria parcial en la siempre valorada Volta a Catalunya. En 1990, el Banesto se hizo con sus servicios. La explosión del gigante de Miguel ya había comenzado y Marino era testigo de ello. En 1991 y 1992, Marino tuvo que trabajar para luchar contra el diablo de Chiapucci y el siempre talentoso Bugno. En 1993, un muy completo Rominger puso contra las cuerdas al navarro, pero entre todos fue arropado. En 1994 tuvo que defender a Miguelón del nuevo talento de Italia que se llamaba Pantani, y el siempre peligroso Ugrumov. Ese año Marino consiguió su segunda victoria de etapa en la Vuelta a España y la que guarda mayor recuerdo. La etapa tuvo final en las destilerías Dyc y fue toda una victoria muy trabajada. Además, obtuvo la medalla de plata en el campeonato de España en contrarreloj, solo le superó Abraham Olano. En 1995 Induráin consiguió la hazaña de cinco Tour y de manera consecutiva algo que todavía no se ha logrado. Equipo Banesto al completo en 1991. En 1996, Induráin llegó a su año de retirada en el Tour, se vio por primera vez a Induráin sin fuerzas ni potencia. Después vinieron los juegos de Atlanta 96 donde Marino participó. Induráin logró el oro y Olano la plata. Miguel Induráin volvió hacer historia siendo el primer español en ciclismo fuera de pista en hacer medalla de oro. Mucho se ha hablado de la presión que tuvo Miguel para participar en la vuelta de ese año. Marino Alonso fue testigo como en lagos de Covadonga, Induráin no podía dar más pedaladas. Marino, fiel soldado como siempre se quedó rezagado para ayudarle, pero Miguel esta vez no quiso su ayuda, con un “Sigue tú” le dio a entender que sus piernas habían dicho off. Induráin en esa etapa de la vuelta a España puso pie a tierra. Marino Alonso puso fin a su historia de gregario del navarro, pero nunca se podrá olvidar su gran trabajo.
El sueño incumplido de Panizza El ciclista italiano, que ejerció toda su vida de gregario, mantuvo en 1980 un extraordinario duelo con el francés Bernard Hinault en el Giro de Italia, prueba en la que participó en 16 ediciones Panizza, delante de Hinault durante el Giro de 1980. Wladimiro Panizza disputó dieciséis veces el Giro de Italia. Nueve de ellas estuvo entre los diez primeros de la general pese a dedicar toda la vida a pedalear para un jefe de filas. En 1980, con 35 años a cuestas, tuvo la ocasión de pelear por la victoria final en un entusiasta duelo con el francés Bernard Hinault. A Wladimiro Panizza lo llamaban el campeón de la constancia. No entendía la vida sin la bicicleta y sin el Giro, su cita inexcusable cada temporada. Disputó dieciocho ediciones de la ronda italiana y solo en dos hubo de bajarse de la bicicleta antes de tiempo por culpa de una caída. De las dieciséis veces que llegó a Milán (tradicional punto final de la carrera) en nueve de ellas lo hizo entre los diez primeros de la general, algo que adquiere un especial mérito porque su papel siempre fue proteger a su jefe de filas. En los años setenta, en los que el ciclismo italiano alumbró a alguna de sus grandes figuras, Panizza fue uno de sus fieles pretorianos. Moser o Saronni, entre otros, le deben su generoso servicio. Honesto, leal y duro como una piedra. No regateaba el esfuerzo jamás y eso le había convertido en una pieza codiciada dentro del pelotón italiano. Todos querían a Miro a su lado cuando la carretera se empinaba. Había nacido en 1945 en Varese. Con Italia curándose las heridas de la Segunda Guerra Mundial, en una casa humilde. "Todos los ciclistas salen del hambre" era una famosa leyenda que se repetía en Italia. Panizza no llegaría para desmentirla. Era pequeño y musculoso. Su padre, comunista, le puso el nombre de Wladimiro en honor a Lenin. El contacto con la bicicleta le llegó por obligación. Desde los catorce años comenzó a trabajar, pero para llegar a la fábrica debía recorrer cada día cuarenta kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Por eso se hizo con una bici de segunda mano y sobre ella entendió el significado del cansancio, de la dureza del viento o de las cuestas. Y le gustó. Fue un carnicero que dirigía un equipo de amateurs en Varese quien comenzó a entrenarse y no tardó en hacerse un hueco en el mundo del ciclismo. No tardaron en etiquetarle como un corredor con grandes condiciones para ser un gregario. Desde ese momento ya no hubo manera de librarse de ese "sambenito" que le acompañaría toda la vida. Panizza corrió siempre para los demás, para algunos de los grandes nombres que daría Italia en aquel tiempo. Sus condiciones daban para objetivos más ambiciosos, pero solo en días contados logró la libertad de movimiento para intentar alcanzar la gloria negada por sistema. Sucedió en 1975 en el Monte Maddalena donde ganó la primera etapa de su vida en el Giro de Italia, o un año después en Pau en el Tour cuando se lanzó en un descenso suicida tras ascender el Aubisque. Junto a alguna vuelta menor aquellos fuero sus grandes triunfos individuales, jornadas en las que recibía una palmada en la espalda de su líder y un movimiento afirmativo desde el coche del director del equipo para intentar la aventura en solitario. Pese a todo, aunque dedicase su esfuerzo a cuidar de los intereses de otros corredores, su fortaleza le permitía año tras año a situarse entre los diez primeros del Giro de Italia. Era una especie de reto personal. Trabajaba para el líder de turno, pero luego no se dejaba ir, se esforzaba por cuidar de su clasificación personal aunque en ocasiones eso le supusiera una regañina de su director que preferiría que se guardase alguna fuerza para el día siguiente. Pero Panizza sentía que no podía fallarle al Giro y tampoco a su propia estima. En 1980 sucedió lo impensable. El ciclista de Varese tenía ya 35 años, pero seguía fiel a su oficio. El Giro, muy montañoso, tenía como gran atractivo la presencia de Bernard Hinault que acudía en busca de su primer triunfo en la ronda italiana. Beppe Saronni, que había ganado la edición de 1979, era el jefe de filas de Gis Gelati, el equipo en el que corría en esos momentos Panizza. Italia presenta también un elenco importante de corredores, una mezcla de generaciones entre las que aparecen corredores como Moser, Visentini, Baronchelli o Bataglin. Hinault se pone líder tras la primera contrarreloj, pero cede pronto el rosa porque no quiere cargarse demasiado pronto de responsabilidad y deja que sea Visentini el que disfrute de la prenda durante unos días. Saronni ofrece síntomas inquietantes en las primeras etapas de montaña. No la pasa como un año atrás. El director del Gis libera entonces a Panizza del cuidado de Beppe. Su objetivo es soldarse desde ese momento a Hinault. En las primeras etapas de montaña acaba siempre delante o junto al corredor francés. Están lejos las grandes jornadas en los Dolomitas, pero Panizza cumple con su objetivo de forma escrupulosa. En la jornada quince, con final en Roccaraso, Hinault destroza el pelotón por completo, pero cuando alcanza los últimos metros comprueba que Panizza sigue allí, siguiendo su estela. El italiano se viste por primera vez de rosa en su vida. A los 35 años, trece después de su primera participación en la ronda italiana, se subía al podio para vivir el momento más grande de su carrera. Lloró emocionado mientras el público le rendía la ovación de su vida y Saronni le abrazaba ante los ojos de todo el país. Panizza e Italia soñaron durante días. El corredor defendió seis días el liderato con la misma energía y coraje que había demostrado durante toda su vida. Se negó a resignarse ante la potencia de Hinault. Estaba al final de su carrera y por fin se sentía liberado de otra responsabilidad que la de escribir su propia historia. Y a eso se consagró. Los aficionados se volvieron locos con él y la prensa disfrutó con esa historia del gregario que encuentra al final de su carrera el premio a su esfuerzo. Era un cuento de hadas al que solo le faltaba poner el final perfecto. Panizza aguantó en las dos primeras etapas de los Dolomitas sin permitir que Hinault le apartase de su primer puesto. Faltaban tres días: la terrible jornada del Stelvio (cima Coppi de aquella edición), una crono de 50 kilómetros y el paseo final por Milán. El drama de Panizza, que se pasó toda una vida corriendo para los demás, fue que el día más importante de su vida su equipo no pudo ofrecerle a nadie que le echase una mano. En el Stelvio Hinault mandó a Bernardeau por delante. La jugada estaba clara, pero el Gis Gelato no pudo impedirla. El Caimán atacó en el último tramo del puerto y dejó a Panizza solo. Alcanzó a su compañero y juntos realizaron el último tramo de etapa. El de Varese se dejó el alma en la persecución, pero era imposible. Eran dos contra él en un terreno que no se adaptaba a sus condiciones. En Sondrio, meta de la etapa, los franceses llegaron con cuatro minutos de ventaja. El Giro estaba sentenciado. El sueño más hermoso de Panizza se había desvanecido de golpe. "A esta edad uno no puede llevarse estos disgustos" diría después de llegar a Milán donde acabaría en la segunda posición de la general. Aquel día, en medio de la tristeza que sentía, quiso al Giro de Italia más que nunca. Cinco años después, con cuarenta años, disputaría la carrera por última vez en su vida.
TOUR DE FRANCIA 97 Porque lo manda el patrón El miércoles 17 de julio de 1996, Olano perdió el podio de París por respetar una orden suicida 40- El jefe de empresa de Mapei amenazó con disolver el equipo si no atacaban todos camino de Pamplona La épica de la montaña, de acuerdo. ¿Reserva algo de gloria para quien obedece a ciegas? Se acepta universalmente a los ciclistas como héroes cuando se les ve luchar contra la montaña. Cada puerto es un apellido que se adjunta a un historial de impresionantes ejemplos del esfuerzo humano. El ganador merece el recuerdo, pero también hay honores para el que desfallece. Quedan en el olvido otras tantas historias, pequeñas anécdotas al margen, alguna que otra calamidad. Cómo llamarlo. Le sucedió a Abraham Olano hace escasamente un año. Una historia de ciclistas y montañas. Pero otra clase de épica. Fue en los Pirineos, camino de Pamplona, posiblemente una de las experiencias más amargas de su carrera. Olano se vio obligado a obedecer una orden suicida que le llevó a perder todas sus, aspiraciones de subir al podio de París.Martes 16 de julio de 1996. El Tour llega a Hautacam y vive un nuevo éxito de Riis y la derrota definitiva de Induráin. Abraham Olano, en su hotel de Lourdes, echa cuentas junto a su compañero Tony Rominger: Olano es 2º a 2.46 minutos de Riis; Rominger es 3º a 2.54. Piensan en la contrarreloj de Burdeos, tres días después. Dos líderes para el Mapei, que manda en la general por equipos. Sólo queda un verdadero obstáculo hasta París: la temible etapa de Pamplona, 262 kilómetros y tres puertos formidables. Olano y Rominger descansan en Lourdes. Si saben defender su suerte subirán al podio de París. No atacarán a Riis porque ha demostrado ser el más fuerte. "Y al más fuerte no se le ataca", recordaba Olano. Olano y Rominger hicieron las cuentas correctas, pero no esperaban que su, suerte estuviera echada. "QUIERO VER POR LA TELEVISIÓN CÓMO ATACÁIS" Mediada la noche, Rominger recibió una llamada en su habitación. Era una llamada importante. Era el patrón del equipo, Giorgio Squinzi, un empresario italiano de carácter impaciente, famoso por su intromisión en los asuntos internos del equipo. Decidía sobre fichajes, tácticas en carrera, médicos que debían preparar a los corredores y hasta sobre quién debía ganar carreras, como la París-Roubaix. Habló por teléfono con el director en el último kilómetro y le dijo que tenía que vencer Museeuw. -Tony, voy a decirle al director que quiero- que ataquéis mañana. Al MaIpei, el mejor equipo del mundo, no le sirve un puesto en el podio, nadie se acuerda de ello. Tenéis que atacar o de, lo contrario tomaré medidas contra todos. El equipo era el Mapei, una extraña mezcla de belgas, italianos y españoles bajo el liderazgo de un corredor suizo. Pero era el mejor equipo del mundo en las puntuaciones de la UCI, una escuadra enorme capaz de alimentar a 36 personas, dispuesta para competir en tres carreras al mismo tiempo. Squinzi estaba harto de leer informaciones sobre el carácter ingobernable de sus corredores. Pero estaba más harto del dinero que le estaba costando el asunto. Si Olano y Rominger compartían el podio de París, debería pagar unas cuantiosas primas, pactadas de antemano, al comenzar la temporada. Más de 100 millones de pesetas. Rominger trató de convencer a su patrón: atacar sería un suicidio colectivo. El equipo estaba escaso de fuerzas y Riis era intratable. Squinzi no quería escuchar argumentos. Sólo comunicaba una orden. Rominger colgó después de decirle que intentarían cumplir sus órdenes. Pocos minutos después, la llamada se dirigió a la habitación de Álvaro Crespi, el manager del equipo. Squinzi utilizó un tono más duro. -Muy bonito, un, gran Tour, le dijo irónicamente. Pero al Mapei no le vale ser segundo o tercero. Si mañana no veo por la tele cómo atacáis os suspendo de empleo y sueldo. No os pago y disuelvo. el equipo. Crespi inmediatamente convoca a los directores del equipo. Al español Juan Fernández y a su ayudante Jesús Suárez Cuevas, y al belga Patrick Lefevère. Crespi les informa de su conversación con el patrón y les ordena que informen a los corredores. "Tenéis que decirles que deben arriesgar el todo por el todo, atacar a muerte". Juan Fernández no sabe adónde mirar. Le entró la risa tonta. No compartía la decisión. El técnico vitoriano, un director que sabía que no seguiría el año siguiente en el Mapei y que se estaba buscando un patrocinador español para formar un equipo encabezado por Olano, dijo claramente que él no diría nada a los corredores. "Debes ser tú, Álvaro, como manager general del equipo, quien les transmita las órdenes de Giorgio". El director español no quería asumir la responsabilidad de lo que consideraba un suicidio. Aun así, aceptaba la disciplina del patrón. Se veía incapaz de un gesto de rebeldía. Rominger sí hizo algún movimento. Habló con Olano. Ninguno de ellos pudo conciliar el sueño normalmente. "UNA INCREÍBLE REUNIÓN TÁCTICA" A la mañana siguiente (miércoles 17 de julio) la tensión se palpaba en el ambiente. Nadie había dicho nada, pero era evidente que el secreto se había extendido. Quedaba una duda por resolver: si los directores harían caso al, patrón. Silencio durante el desayuno. Luego, los corredores subieron al autobús que les iba a desplazar hasta la línea de salida en Argelès Gazost. El autobús aparcó a una distancia prudencial del lugar donde se concentraban todos los corredores. Pero pasó un tiempo hasta que se abrieron sus puertas. Afuera esperaban impacientes un grupo de periodistas para las entrevistas de rigor. El equipo técnico tenía algo que decir. La reunión táctica no fue el mero formalismo que todos esperaban. No fue el esperado: estamos bien, hay que aguantar y esperar a Burdeos. Crespi lanza la bomba y los corredores se quedan mudos. Rominger y Olano ya lo sabían, pero no así Etxabe, Ginés, Lanfranchi, Peeters, Museeuw, Tafi y Arsenio. No les dice, sin embargo, lo de la amenaza de suspensión de sueldo. De ello se enteran más tarde. No captan la idea, no entienden lo que se les pide. Quedan destrozados anímicamente: el patrón no reconoce su trabajo. Las puertas se abrieron. Los periodistas no observaron nada extraño. Unos cuantos detuvieron el paso a Olano, que se acababa de convertir en la gran aspiración española en el Tour porque Induráin estaba a siete minutos de Riis y su desgaste era visible. Olano no estuvo simpático ese día. "No está mal ser segundo, pero es mejor ser primero", dijo. Y nadie supo interpretarlo. Juan Fernández también cambió su discurso. Se había pasado todo el Tour haciendo diplomacia y, de golpe, se volvía un orador concreto: "Al Mapei, al mejor equipo del mundo, no le vale de nada quedar segundo en el Tour. Hay que ir a ganar. Vamos a atacar". Los periodistas no entendían nada, pidieron explicaciones y se encontraron con un discurso monocorde. ¿Qué mosca le ha picado a Juan Fernández?. La etapa iba a ser ofrecida al completo por televisión. Era una jornada de un significado especial porque llegaba a Pamplona en homenaje a Induráin. Miles de españoles esperaban en las cunetas para animar a un líder que viajaba con bandera blanca, digno, pero agotado. Y Squinzi delante del televisor esperando ver satisfechas sus órdenes. "ARSENIO, *******, HE DICHO QUE ATAQUES" Juan Fernández estaba muy nervioso. Conducía el primer coche junto a Crespi. Detrás iba el mecánico Alejandro Torralbo. De salida se subía el Soulor, que daba paso al Aubisque. Era un comienzo para tomárselo con calma. Del Aubisque a la Marie-Blan que y de la Marie-Blanque al Soudet y de ahí a Larrau. Luego 112 kilómetros de estampida por terreno irregular hasta Pamplona. Juan Fernández sabe que sus líderes, aunque quisieran, no están para atacar. Y decide cubrir las apariencias. En el Soulor manda arrancar a Fede Etxabe y a Arsenio para hacer dura la carrera. El de Burgos se niega. "Arsenio, *******, que ataques", le grita Juan Fernández, dando al mismo tiempo golpes en la portezuela del coche. Arsenio se niega una y otra vez. Y Fernández insiste otras tantas. Al final salta, pero sin convicción, por puro formalismo. Disciplina obliga. La carrera está lanzada. A 150 kilómetros de la meta, el Festina ataca, pero de verdad. Comienza Virenque y con él se van Dufaux, Rús, Ufirich, Luttenberger, Ugrumov, Leblanc y Escartín. La carrera está rota en el Soudet. Rominger y Olano piensan que subiendo a tren, yendo de menos a más, sin responder a la provocación de los escaladores, pueden enlazar en el descenso. Induráin hace lo que puede. Pero los ocho de adelante tienen buenos motivos para ponerse de acuerdo. Si colaboran, todos ganan. Riis reafirma su liderato, los otros siete avanzan dos puestos en la general, UlIrich y Virenque se asientan en el podio. Por detrás, sufren. Rominger se queda y le espera Olano. Ginés tira del carro de los derrotados. Llegan a Pamplona más de ocho minutos después que Rús. Olano baja al noveno puesto en la general, Rominger al décimo. El Mapei, en su conjunto, pierde de forma irreversible, el liderato en la general por equipos. Las cosas no podían haber salido peor. Lo malo es que todos estaban convencidos desde la mañana que pasaría algo parecido. Squinzi no llamó esa noche. Lo había visto por televisión. También sabía que se acababa de ahorrar más de 100 millones de pesetas. Aquella noche se destruyó el Mapel tal y como se le conocía hasta entonces. Casi todos los protagonistas volaron del equipo. OLANO HACE LAS MALETAS Abraham Olano es un hombre destruido. Se acababa de derrumbar uno de los sueños de su carrera: subir al podio de París después de haberlo hecho en el Giro de Italia. Los masajistas lo advierten claramente. Habla poco y medita una decisión. Sólo lleva una idea en la cabeza: hacer la maleta e irse a dormir a casa, situada a pocos kilómetros de distancia. Retirarse del Tour. La cena del equipo en la capital navarra es un funeral. Juan Fernández se ha ido a cenar con su familia a Vitoria. Los corredores españoles reciben visitas. Nadie habla. Olano hace la maleta. Se lo dice a Karmele, su mujer, pero ésta le exige que continúe. Logra convencerle y Olano echa marcha atrás. Pero la experiencia no se le olvida fácilmente. Siempre le quedará la duda de lo que podría haber pasado de no respetarse la orden de Squinzi. Puede que hubieran salido derrotados igualmente, pero puede también que, de no haber lanzado la carrera, las circunstancias les hubieran permitido reparar los daños. Un par de semanas después Olano le dice a Juan Fernández que no seguirá con él. No habrá un nuevo equipo español formado alrededor de Olano. Poco después, ficha por el Banesto. Rominger tenía una oferta para seguir vinculado a Mapei. Decide dejar también el equipo y ficha por el Cofidis. Olano cree haber aprendido la lección. Fue una etapa inolvidable. La épica de la montaña, desde otro punto de vista.
París-Roubaix del 1996-Cuando Lefevre llamo al patrón del equipo para decidir quién ganaba El rey de las clásicas, el belga Johan Museeuw, presidió una exhibición del equipo Mapei en la clásica de las clásicas, la París-Rotibaix, mejor conocida como El infierno del Norte. Museeuw, junto a sus compañeros Gianluca Bortolami y Andrea Tafi, protagonizó el salto definitivo a 75 kilómetros de la meta. Lo que parecía una exhibición del equipo italiano, degeneró en algún momento en una lucha sin cuartel entre tres compañeros. Al final, hubo que recurrir a la decisión del director del equipo, Patrick Lefevre, que señaló con el dedo a Museeuw: la victoria tenía que ser para el belga.La llegada al velódromo de Roubaix, después de superar los difíciles 263 kilómetros del recorrido, sorteados por impresionantes cuestas y el doloroso pavés, hacía pensar que el Mapei vivía una jornada muy emocionante: tres de sus corredores llegaban juntos elevando los brazos en señal de victoria. En el tramo final, no hubo sprint alguno: la victoria correspondía a Museeuw, el candidato del Mapei para ganar la Copa del Mundo, que se anotaba así su séptima victoria en una prueba de la Copa del Mundo y pasaba a liderar la clasificación, con, 87 puntos, 22 más que el segundo, el italiano Bartoli. Se han corrido tres de las 11 pruebas de la Copa. Sin embargo, esta exhibición de compañerismo fue engañosa. Cuando todo parecía controlado por el Mapei hasta que se desataron las ambiciones personales. Se vieron discusiones entre los tres e intentos de atacarse. El director Lefevre reconoció que, durante la carrera, llamó por teléfono a Italia para hablar con el patrón del equipo. "El me ha dicho que su deseo era que llegaran los tres juntos al velódromo y que atravesaran juntos la línea de meta. Le expliqué que eso no era posible, que uno de los tres tenía que ser el vencedor, y que debíamos fijar cuál era el orden de llegada. Elegimos a Museeuw porque ha trabajado mucho para sus compañeros en las primeras carreras de la. Y decidimos que Bortolami entrara por delante de Tafi, porque Tafi es el más joven y ya tendrá tiempo para hacer algo en la París-Roubaix".
Totalmente de acuerdo. Cuando lo leí dude si ponerlo o no pero me decante por el si por que me parece interesante poder conocer datos de lo que ocurre en este deporte entre bambalinas.
Guillermo Timoner GUILLERMO TIMONER OBRADOR, nació en Felanitx (Mallorca), el 24 de marzo de 1926 hijo de Juan y de Margarita. Su primer oficio fue de carpintero, especializado en construir arados. Sin antecedentes familiares de ningún tipo en el mundo del deporte, ya que sus padres eran campesinos, su pasión era la bicicleta. En 1939 corre su primera carrera sin licencia la cual el premio fue un pollo. A Juan, padre de Timoner, le convencieron para que le comprara una bicicleta a su hijo ya que tenía mucho potencial. Por suerte hizo caso vendió una cerda para poder comprar una bicicleta que costó 510 pesetas, unos 3,06 €. En 1941 le dan la licencia de ciclista profesional, el cual fue hasta 1971. Con 18 años gana su primer campeonato de España de los 23 títulos que obtuvo. Se decidio por la pista, porque era lo que más le gustaba, pero también ganaba en carretera. En Zaragoza, en el Critérium de los Ases de 1957, vencío a Bahamontes, Suárez, San Emeterio, Charly Gaul y otros. En 1959, en el estadio santiago Bernabéu, donde habían colocado un peralte detrás de cada banderín de córner, gano a Bahamontes delante de cien mil espectadores. “Yo he sido un comodín del ciclismo, capaz de ganar al más pintado en cualquier terreno”. Se proclama campeón del mundo tras moto stayer en 1955 (Milán, Italia). Cuando gano dicho campeonato fue todo un acontecimiento porque hasta entonces el ciclismo español era tercermundista. No se había ganado nada. Ni un Tour, ni un Mundial, ni siquiera una clásica. Este campeonato le abrió las puertas del éxito. Pero hasta este dia el apoyo fue minimo, Timoner se tuvo que pagar todos los gastos de su bolsillo. La Federación Española de Ciclismo sólo aceptó inscribirle en el campeonato del mundo, pero por lo demás le dejó a su suerte. No había dinero ni un solo duro para las pruebas de pista. Eso sí, cuando fue recibido por Franco como campeón del mundo todos quisieron estar junto a el para la foto. Siendo campeón las cosas se arreglaron mejor y paso de tener que buscar carreras y dinero a tener que desechar carreras por falta de tiempo y a ofrecerle dinero para que participara en carreras. Entre los recuerdos más preciados de Timoner está el récord mundial de velocidad. Entre los récords que ha tenido como ciclista en pista, hay que sumar el récord mundial de velocidad de 1960 al hacer los 100 kilómetros en un tiempo de 1 hora 12 minutos y 59 segundos. También es de apreciar el récord de 1 kilómetro en 1955, que establecía en 38 segundos, a una media de 93,350 kms. a la hora, en el velódromo de Milán (Italia). Este velódromo es el mismo que trece años antes Coppi estableció el record de la hora. Corrió mil doscientas carreras a lo largo de su larga vida profesional. En 1971 se retiró del ciclismo profesional y fue desde 1971 y 1978 seleccionador nacional de ciclismo en pista. En 1983 y cuando contaba con 57 es fichado por el TEKA para la disputa de las pruebas de pista que habría y sobre todo pensando en el campeonato del mundo que se disputaría en Barcelona en 1984. El 4 de agosto de 1984 en el velódromo de Algaida se disputaba el campeonato de España de pista. Timoner tenia 58 años y uno de los espectadores era su nieta Silvia Picornell Timoner, de tres años, estaba en brazos del ciclista en el momento de subir al podio. Timoner corrió por delante de la pareja Herranz-Mora, que abandonó tras ser doblada dos veces por el campeón. Hacia 39 años (1945) que consiguió su primer título nacional, en Tortosa (Tarragona). El seleccionador nacional, Carlos Pérez convocó a Guillermo Timoner para los próximos Campeonatos del Mundo de Ciclismo, que tendrian lugar en Barcelona a finales de agosto al haberse ganado la plaza. La polémica estaba servida, pero timoner asitio a la prueba. El veterano Guillermo Timoner, como era de esperar, no llego a la final al retirarse en la serie de repescas a menos de mitad de carrera. Al final pidió disculpas, pero a él su cuerpo le pedía bicicleta y él todavía tienia edad para complacerse.
Giovanni Gerbi o el ‘Diablo Rojo’: un auténtico pionero del ciclismo Si hablamos de Giovanni Gerbi, seguramente muchos de vosotros no sepa quién fue y sobre todo lo que para el ciclismo significó. No os preocupéis, vamos a descubrirlo y conocer sus logros y hazañas. ‘El Diablo Rojo’, como se le apodó, fue pionero en muchos aspectos del deporte de los pedales y marcó tendencia con costumbres y actitudes, que a día de hoy se mantienen vigentes. Para situarnos, la historia de Gerbi comienza en 1885, en Asti (Italia), localidad que ve nacer al que más tarde sería conocido con el sobrenombre del ‘Diablo Rojo’. Precisamente se le llamó así por su característico jersey rojo que utilizaba siempre para las carreras en las que competía, y su carácter con un poco de ‘malas pulgas’ que se gastaba, según cuentas las crónicas. Gerbi, ya a una edad muy temprana, tiene que ganarse la vida de cualquier manera para ayudar económicamente a su familia. Trabaja de albañil, carnicero, panadero… pero ninguno de estos oficios le convencía. Así, su padre decide llevarle a trabajar a un taller mecánico de bicicletas. En este taller y rodeado de bicicletas comienza la historia del ‘Diablo Rojo’. Es en el año 1900 cuando comienza a participar en carreras ciclistas, llegando incluso a ganar alguna de ellas, como el Campeonato Astigiano. Y como ya os hemos dicho, corría siempre vistiendo con un jersey rojo, por lo que, según va aumentando su fama, en Italia no dudarían en llamarle ‘el Diablo Rojo’. Este jersey rojo ya supone una innovación; entendió perfectamente la idea de diferenciarse de los demás y ser reconocido por sus colores… Ahora parece una obviedad, pero en aquella época le valió para no pasar desapercibido. Además, este jersey, en un primer momento de algodón, pasó a ser de seda porque así lo quiso Gerbi, quien también entendió que la ropa tenía que evolucionar hacia una mayor comodidad para el ciclista. Como corredor, el Diablo Rojo destacó por su rapidez en la llegada, era uno de los primeros sprinter de la época. Entre sus triunfos más destacados, destaca por ser el primer ganador del Giro de Lombardia en 1905. Pero el corredor italiano ha pasado a la historia por otras cuestiones como su carácter y sobre todo, por ser un auténtico pionero de este deporte, como ahora os vamos a explicar. De sus anécdotas en carrera, nos ha llamado la atención una. En la disputa del Tour de Francia de 1904, en una de las etapas, Giovanni Gerbi se encontraba entre los cinco primeros corredores y unos aficionados franceses comenzaron a agredir a los ciclistas con bastones en pro de favorecer al francés que iba en la fuga. Pues bien, Gerbi no se amilanó y con la mejor arma que tenía a mano, su bicicleta, comenzó a repartir mandobles a los aficionados… En defensa propia, todo hay que decirlo…! Su temperamento y ‘malas pulgas’ eran conocidos dentro del pelotón, pero realmente se le conoce y reconoce a día de hoy ser el primer corredor en innovar en cuestiones como la depilación de las piernas. Gerbi entendió que, cómo los ciclistas de la época tenían como herramienta para luchar contra el viento a su propio cuerpo, había que afeitarse el pelo. Tanto de las piernas como el de la cabeza; y aunque sus compañeros de equipo no lo hicieran y de hecho hasta 30 años más tarde no se dejó de tener miedo al ridículo en ese aspecto, el ‘Diablo Rojo’ siguió siempre fiel a su idea de que, cuanto menos pelo, más rápido iría. Esta es una pregunta que casi todos los ciclistas nos hemos planteado alguna vez… De dónde viene la depilación de piernas… ¿Quién fue el primero en hacerlo? Pues aquí tenéis la respuesta. Y la cosa no acaba ahí, el italiano como relatan las crónicas y contaban sus propios compañeros de equipo, fue el primero en estudiar a sus rivales; y cuándo decimos estudiar es ir a ver cómo entrenaban, cómo estaban de forma, cuáles eran sus caras en pleno esfuerzo… No dejaba nada al azar, le gustaba conocer tanto a los rivales como a él mismo. Nada extraño en el ciclismo actual… ¿no? El ‘Diablo Rojo’ también empezó a reconocer el terreno en los días previos a la carrera. Quería ver de primera mano el recorrido y dónde podría atacar a sus rivales para hacerse con las etapas. Así, unos días antes de la carrera, visitaba este recorrido y anotaba los puntos donde él podía dar el hachazo o tendría algún tipo de ventaja sobre sus rivales. Además, estudiaba cuál era el desarrollo que más le convenía poner en esa carrera para sus intereses y características como corredor. Bicicleta de Gerbi también rojo a conjunto con el Diablo… Como veis, Giovanni Gerbi parece que empezó a poner las bases de cualquier manual ciclista moderno. La ropa diferenciada de color y cada vez más cómoda, las piernas y el pelo rapados para buscar aerodinámica y comodidad, estudiar los puntos débiles y fuertes de los rivales, así como reconocer los recorridos de las etapas… Todo esto, aunque a día de hoy parezca lo normal, en la época no lo era y fue Giovanni Gerbi o el Diablo Rojo el que lo hizo por primera vez. Tristemente, con tan solo 25 años, Gerbi entró en una profunda crisis física y mental que le hacen apartarse de las carreras, antes de que la I Guerra Mundial le retirara del todo. Finalmente, este precursor del ciclismo moderno muere el 7 de mayo de 1954, tras un accidente de coche.
Nadie habla de Molinés La primera victoria de un corredor nacido en África, en 1950, fue tapada por otras cuestiones Molinés, a la izquierda, y Zaaf, durante su escapada en el Tour de 1950. Nadie habló de Marcel Molinés (Chibli, Argelia, 1928) cuando ganó la etapa entre Perpiñán y Nimes del Tour de 1950. Era el primer ciclista nacido en África que conseguía una hazaña así, pero hubo otras historias que ensombrecieron su conquista de aquel 27 de julio. Molinés era francés, porque Argelia era una colonia de Francia, y corría en el equipo regional de África del Norte, que dirigía el periodista Tony Arbona, jefe de Deportes de Le Journal de Argel y corresponsal de L’Équipe. Aquella jornada el calor era insoportable y casi nadie puso atención en la etapa. Se hablaba de la retirada en los Pirineos del equipo italiano comandado por Bartali y Magni, el líder del Tour. El ambiente con el equipo azzurro se había vuelto insoportable. Lo que sucedió el año anterior en el valle de Aosta, cuando los aficionados italianos insultaron a los franceses, no se había olvidado y el público francés la tomó con los ciclistas, que se sintieron víctimas de un complot y denunciaron varias agresiones. Decidieron marcharse. En España hubo quien retorció aún más la situación. La prensa ultracatólica argumentó que en Francia no admitían la fe de Bartali y Magni, que días antes habían rezado arrodillados ante la Virgen de Lourdes. En un país aconfesional, decían, no está bien visto que los ases italianos expresen sus sentimientos católicos. “Un complejo de inferioridad que estalló en la bomba del superchauvinismo”. Entre polémicas, la escapada de dos africanos en una etapa de transición, apenas llamó la atención. Se fueron solos Molinés y Abdel-Kader Zaaf, ambos nacidos en Argelia. Alcanzaron una diferencia superior al cuarto de hora, y en medio de la canícula, cabalgaban hacia el triunfo, cuando Zaaf, que había consumido varias pastillas de anfetaminas, sufrió un desfallecimiento a causa de la mezcla entre el calor y la droga. Se mareó, se bajó de la bicicleta, volvió a subir y se desmayó. Varios viticultores que le auxiliaron lo apoyaron sobre un árbol y le echaron por la cara lo que tenían a mano, una botella de vino. Zaaf intentó levantarse de nuevo, pero tomó la dirección contraria de la carrera. Al final, tuvo que subirse a una ambulancia y alcanzar así la meta, a la que Molinés ya había llegado para ganar en solitario. Zaaf olía a vino, así que quienes le rodearon pensaron que, a pesar de ser musulmán, se había emborrachado. Eso fue lo que se publicó en la prensa, que dio más importancia a su desmayo y la presunta curda que a la victoria de su compañero. Zaaf, además, se presentó al día siguiente en la salida. Quería volver a la carrera. Le dijeron que era imposible, porque había recorrido 20 kilómetros en ambulancia. Contestó que no había problema; que hacía esos 20 kilómetros extra y que salía. Al final le convencieron de que no podía. Pese a que su religión le prohibía beber, Abdel-Kader Zaaf no tuvo reparo en anunciar bebidas alcohólicas en la prensa. Su fama se extendió por Francia. A Molinés, en cambio, pese a ser el primer africano en ganar una etapa del Tour, nadie le hizo caso. Menos todavía cuando al día siguiente de su victoria, otro africano, el marroquí Custodio Dos Reis, fue el segundo en hacerlo.
La caja de dientes que se le cayó a Lucho Herrera en el Tour de Francia de 1984 La historia ya se hizo pública, pero no todos la conocen. Incluso, en esos mismos días de la carrera, pero Luis Alberto Herrera se la ratificó a Mauricio Silva el 20 de agosto del 2014, en la revista Bocas, cuando se cumplieron 30 años de haber logrado la primera victoria en el Tour de Francia. Lucho le reconoció al periodista que en el Tour de 1984 se le cayó la caja de dientes. El hecho, curioso, pasó inadvertido por otros matices que manejó la entrevista. "Yo había perdido los dientes por las caries, porque en ese tiempo no había plata para nada; entonces ahí llegaba alguien y le sacaba las muelas a uno y ya. El caso es que en una etapa del Tour se me metió una avispa a la boca cuando iba andando. Y por botar la avispa, se me fue la caja de dientes… La avispa me picó y la lengua se me puso así de grande. Y como íbamos a 65 kilómetros por hora, pues ni modo. Esa noche dormí en la casa de un odontólogo que me hizo las impresiones. Al otro día, a las cinco de la mañana, me la trajeron y volví a salir". Miguel Ángel Bermúdez, presidente de la Federación Colombiana de Ciclismo, en ese entonces, cuenta que tuvieron que hacer otra carrera, literalmente, para poderle conseguir otra caja de dientes a Lucho: "Le tocó a Saulo Barrera, directivo de Pilas Varta, salir con él para una clínica odontológica, donde se le hicieron. Lo curioso fue que Lucho se quedó allá toda la noche, durmió y se alimentó mientras se la elaboraban. Al otro día, antes de comenzar la etapa, Lucho ya estaba listo con su caja de dientes". Agrega Bermudez que la noticia sobre lo que le ocurrió se filtró y los medios de comunicación lo contaron. A Lucho no le gustó mucho, pero un aficionado francés la encontró y se la hizo llegar. Herrera, en broma, dijo que prefería la nueva, la europea. En ese Tour, Lucho Herrera ganó una etapa y fue séptimo en la clasificación general individual que ganó el francés Bernard Hinault. Corrió acompañado de Fabio Parra, Rafael Acevedo, Antonio Agudelo, Rogelio Arango, Carlos Mario Jaramillo, Herman Loaiza, Reynel Montoya, Néstor Mora y Pablo Wilches.